15 septiembre 2013

Un sólo paso

Las lágrimas rodaron en el andén. Ella vestida de suéter verde y falda gris de cuadros, la mochila en el piso. Él de mezclilla y playera blanca, mochila ligera, peinado libre, un año más grande que ella quizá.

-Yo creo que lo mejor es que cada uno siga su camino. Con esto de la escuela ya no podré verte.
-Pero podríamos vernos el fin de semana.
-Sí, pero ya no sería lo mismo.

Silencio...
Sollozo...
Tristeza...
Dolor...

-Ya dime la verdad ¿conociste a otra?
-...No...
-A mi me contaron algo...
-Pues no sé...
-Mmmm...
-Ya me voy... de verdad, perdóname por esto.
-¡No te vayas!

Jaloneos...
Llanto...
Frialdad...
Huida...

Él se fue. Ella se quedó al borde de la línea amarilla, viendo la oscuridad infinita del túnel, tan oscuro e interminable como su llanto y su dolor.

¿Volver a casa? ¿A los gritos y golpes de su padre? ¿A la omisión de su madre? ¿Volver a la escuela? ¿A la burla de los compañeros? ¿A la incomprensión de sus maestros?

El viento que provoca el tren comienza a levantar sus cabellos y seca una de sus lágrimas. Un punto luminoso se va agrandando con gran velocidad, el tumulto la hace poner un pie delante de la línea. Su única escapatoria a su mundo gris gira el torniquete en la salida. Tantas miradas, tanto contacto, tanta indiferencia. El mundo pesa entonces toneladas sobre su cabeza.

Un sólo paso decide todo.

Lo cierto es que esa tarde, todo cambió para siempre.