Faltó que se levantara de su asiento, tomara sus cosas, saliera del salón y fuera a acampar en el patio de la Universidad en forma de protesta, Paulina, cuando escuchó las opiniones que promovían el desarrollo pedagógico principalmente en la docencia (entiéndase magisterio, profesorado, educador, etcétera sinónimos).
Y es que comúnmente regresamos al eterno debate sobre las actividades del pedagogo. En ocasiones parecen claras, tan claras que se vuelven transparentes y en otras pareciera que solamente existe futuro en el campo educativo dentro de las aulas, dando clase. Quizá esto exista siempre.
Resulta que en un inicio, la mayoría entra pensando que será profesor, que quiere ser un gran profesor, que quiere volverse educador, que se desea tener un preescolar, trabajar con niños con capacidades diferentes. Quizá las intenciones son buenas y el desconocimiento sea obvio, pero esto queda esclarecido (siempre y cuando se cuente con al menos un buen profesor) en el primer semestre de la carrera (en la Universidad Pedagógica Nacional bajo el programa actual) y si no queda completamente visible, al menos se descarta que la pedagogía te vuelva profesor. En este sentido, comprendo la molestia de Paulina al escuchar tales opiniones y debo confesar mi autocensura ya que prefiero no debatir en algo que a mi parecer será un eterno nudo.
Simplemente uno va definiendo su visión. Hoy descubrimos el mundo tan cerrado y a la vez tan disperso que poseemos en cuanto a la proyección del pedagogo. Puede ser también que la misma pedagogía se haya encargado de crear tales estigmas; la pedagogía y el sistema, éste último como un promotor del apaciguamiento del pensamiento, por tanto de la pedagogía y demás ciencias que poco se desarrollan y ejercen como tal en el país. Hablar al respecto nos llevaría a, primeramente, debatir sobre si la pedagogía es ciencia o no y también a la situación política y laboral en que vivimos, cuestión que por ahora no nos atañe.
Al final de la sesión, donde hubo interesantes opiniones, casi todas vertidas por mi grupo de compañeros, que junto con ellos considero hemos llegado con buenas herramientas y serias interrogantes y opiniones, salimos del salón. Comentamos sobre la postura de Paulina en la clase, postura rebelde, se notaba que sí le había movido algo dentro de sí tales ideas. Hay que aclarar que últimamente también la había notado como molesta con todo. Así que decidí indagar un poquito al respecto una vez que llegamos al metro.
Interrogándola levemente, como escudriñando el sendero para no tocar fibras volátiles, me interné en la molestia general de nuestra protagonista. Que por qué andar de rebelde, que qué le pasaba, que qué significa para ella ser rebelde, etcétera preguntas más o menos. Entonces compartió que para ella ser rebelde es decir lo que piensa, aunque a veces "explote", palabras más, palabras menos. Luego cuestioné si veía en ello cierta transgresión a otros en el momento de manifestarse sin importar las demás personas, es decir, en el modo en que ella veía la rebeldía. Se quedó pensando y dijo que sí.
Resulta entonces que convergieron dos elementos: rebeldía y violencia.
La rebeldía volcada en un cúmulo de emociones y pensamientos que surgen cuando alguien encuentra una discrepancia, una doble moral, algo no aceptado socialmente, una situación que no debería ser de un modo, sin embargo lo es y además funciona. Esa cosa que se enciende dentro de nosotros y nos invita a manifestar nuestra inconformidad.
La violencia, en este caso convergida, como el modo de manifestar nuestra rebeldía a pesar de los otros, pese a quien le pese, a pesar de los pesares, seudoanarquista y totalmente desapacible.
Con lo anterior no pretendo estigmatizar la rebeldía y compartí en el momento mi visión; que sugiere un encausamiento de la rebeldía (rebelde con causa). Cuestión nada sencilla en nuestra sociedad acostumbrada a pasar sobre todo a costa de todo, siempre antes de uno para después estar uno. Por lo tanto, se debe descubrir qué cosa es aquello que se nos incrusta en el hígado cual bayoneta. En muchas ocasiones son tantas pequeñas puntas entretejidas en una más grande y uno no puede distinguir, pero lo que sí se puede hacer es visualizarla así, como ocurre con la violencia que comúnmente sigue cuando el problema (propio) no es detectado.
A quien le enferma ver cómo escupe en el paso peatonal grita improperios al inadvertido o puede ignorarlo. ¿Entonces qué se hace? Seguramente en este ejemplo como en miles que usted puede proyectar en este momento quizá no tengan una solución inmediata o directa (existen propuestas que aseguran que cualquier persona es libre de elegir en todo momento, situación que nos podría llevar a un debate filosófico intenso y eterno al preguntarnos si un esclavo podría elegir no serlo. Por una parte pensaríamos que no podría ser así ya que se encuentra limitado, coartado de libertad, por lo tanto, quien elige es el amo; y por otra podríamos decir que el esclavo puede elegir no sentirse esclavo dentro de su esclavitud. Por ello el debate es filosófico y dependerá en gran medida de los criterios personales de quienes deciden enfrentarse a tal dilema. Para lo que nos concierne imaginemos que quien observa al que ha escupido podría elegir hablar directamente con él, hacerle ver su falta cívica y esperar que reconociera y reparara su error. Creo que un 1 sobre un cósmico número sería la probabilidad de que esto ocurriera, por ello que sugiera que la solución no sea inmediata, incluso cuestiono el que haya una solución y esto implicaría entrar en otro dilema filosófico que haría todavía más fastidiosa la lectura de esta entrada).
Esto nos lleva a una visión generalizada de que no existe solución a los problemas que nos aquejan, que siempre pasa lo mismo, que nunca pasa nada, que no sirve de nada esforzarse, que para qué voto por tal o cual candidato si todo sigue igual, así que como la "cosa" sigue en la misma nefasta realidad, no me esfuerzo por cambiarla, tampoco dejo de quejarme de todo pero tampoco propongo nada. Puede sonar redundante, pero es necesario expresarlo de esta manera ya que se exhibe el círculo en el que caemos sin darnos cuenta, incluso quienes creemos no ser parte de ello.
¿Lo duda? Pregúntese entonces cuándo fue la última vez que cruzó la calle por el paso peatonal. ¿Exagerado? No lo creo. ¿Lo duda? Pregúntese cuándo fue la última vez que cruzó la calle con un amigo por el paso peatonal. ¿Exagerado? Sigo sin creerlo. ¿Lo duda? Pregúntese cuántos se cuestionan esto y puede que comience a creerme un poquito y a visualizar entonces la cantidad de personas que no cruzamos la calle por el paso peatonal. Pero este es solo un ejemplo; y podríamos sugerir miles más que a diario ocurren, desde pequeñas faltas que cometemos ya sin darnos cuenta y que llegamos a aceptar como algo común, normal, cotidiano y hasta legal.
¿Lo duda? Pregúntese entonces cuándo fue la última vez que cruzó la calle por el paso peatonal. ¿Exagerado? No lo creo. ¿Lo duda? Pregúntese cuándo fue la última vez que cruzó la calle con un amigo por el paso peatonal. ¿Exagerado? Sigo sin creerlo. ¿Lo duda? Pregúntese cuántos se cuestionan esto y puede que comience a creerme un poquito y a visualizar entonces la cantidad de personas que no cruzamos la calle por el paso peatonal. Pero este es solo un ejemplo; y podríamos sugerir miles más que a diario ocurren, desde pequeñas faltas que cometemos ya sin darnos cuenta y que llegamos a aceptar como algo común, normal, cotidiano y hasta legal.
¿Puede distinguir la pezuña de este gigantesco monstruo en el que estamos montados? Si lo distingue, puede decirse que ha comenzado a marcar la diferencia, a resistirse a ese acoplamiento que parece natural, para poder entender que quizá la vida pase de largo y apenas hayamos hecho un ligero rasguño en este monstruo, pero un rasguño al fin.
La convicción entonces de saber que nuestras pequeñas acciones y el modo en que las multipliquemos es la única forma de marcar esa diferencia, quizá optimista y soñadora, pero diferencia al fin. Es el modo de excomulgar la violencia de la rebeldía. Así la rebeldía se vuelve sostenible por sí misma y se concretiza en acciones tangibles, pequeñas o gigantes, siempre empujando y defendiendo lo defendible, lo valioso de las personas, hasta de las personas que no quieren ver. Éste es entonces, el verdadero poder de cambiar
-Al final, somos más los buenos.- Le dije a Paulina, antes de que se abriera la puerta del vagón, ahí en "Chabacano".