21 enero 2014

Hacia el porvenir

Hacia el porvenir

(Silvio Rodríguez)

Hacia el porvenir partieron sombras.
Rumbo a mañana algo de oscuridad
fue a sobrevivir, porque el sol de hoy
no pudo más.

No estarán completas las auroras.
Quejas de mí lucirá la claridad,
porque lo que yo tanto pretendí
demorará.

Por más que quise bendecirme
y más purificarme,
yo era carne,
yo era yo.

Lo que con amor hacía una mano
lo rompía con otra el desamor.
Yo no creo que haya sido en vano,
pero pudo ser mucho mejor.

Hacia el porvenir partieron sombras.
Cuando no alcance, sólo podré alertar.
Si alguien me oye allí, no se olvide pues
de iluminar.

(1993)


14 enero 2014

¿Y si...

¿Y si en ese momento, por una extraña causa los rieles se cambiaran de tal modo que el metro siguiera avanzando sin detenerse por un par de serugnos alcanzando la velocidad de la luz dentro de los túneles y al fin llegara a la terminal Pantitlán?

Sin duda habría llegado a casa rápido, pero varios siglos tarde.


¿Y si lo hiciera? (Una mancha de mole)

Aquí estoy, escribiendo. Yo no fui a ningún lado para volverme escritor, ni pretendo serlo. Solamente estoy aquí, escribiendo. No salí de la prestigiosa universidad, ni soy hijo, sobrino o nieto del ilustre y afamado señor escritor tal o cual y no quiero ser reconocido por las grandes ligas de escritores.

Quisiera al menos ser leído por quien viene aquí a mi izquierda en este vagón de metro: escandaloso, caluroso, repleto de gente y entre toda esta gente, la señora que viene a mi izquierda comiendo una olorosa torta de mole con pollo que se preparó hace un rato o anoche para llevarse algo que comer, aunque sea en este vagón del metro, donde viaja de regreso a casa o de vuelta al trabajo o quizá va a un funeral. Sí, va a un funeral, lo sé porque viene vestida de negro, tiene el rostro serio y el pensamiento fuera de si, tanto que no siente el fuerte olor de su torta ni el mole que le ensucia la boca como a un bebé que se aventura a comer por si solo y por primera vez.

Viaja así, sin expresión alguna. Quizá murió su perro o su ex marido. Si hubiera sido el perro estaría más triste (en estos días vale más una mascota que alguna que otra persona). Y tiene que ir al funeral del hombre que alguna vez fue un príncipe caballeroso, valiente y fortachón, pero también borrachón; con quien tuvo tres hijos: uno por amor, los otros dos por violación; cerca de mil moretones durante toda su relación y depresión PMG (postmaridogolpeador).

Porque sí, lo dejó un día cuando casi mata a golpes al más pequeño de los retoños y no sin antes ver en "La rosa de Guadalupe" que las mujeres pueden vivir libres de violencia de parte de sus maridos, confirmando así que las telenovelas son educativas.

Quisiera que alguien me leyera aunque fuera la señora que viaja a mi izquierda. Pero... ¿Y si lo hiciera? Cabe la posibilidad de que al ir leyendo cada línea comenzara a asustarse, pensara que soy un maniático, que la estoy acosando y los puercos (refiriéndome a policías y haciendo la precisión para cualquier posible lector extranjero) que viajan al frente del vagón no tardarían ni cinco segundos en remitirme a la porqueriza o juzgado acompañado de algunos pezuñazos. O la otra posibilidad es que la señora, al leer, comenzara a llorar y se le escurriera todo el maquillaje por sus cacarizos y flacos cachetes y asombrada me preguntaría: "¿Y todo esto lo supo con tan solo ver mi mancha de mole?" A lo que yo, con aires de grandeza, arreglándome el cabello y sentándome derecho, respondería que además de ser un gran escritor soy un fabuloso adivino, experto en la lectura de las manchas de mole en los labios, en la camisa, en los baberos y hasta en las horrendas corbatas color café donde la adivinación la cobro al doble por lo difícil que es delinear la mancha y que además es segura esta práctica pero cara ya que es lo más reciente dentro de las enseñanzas impartidas en la escuela de hechizos, sortilegios, prestidigitación y adivinación del Mercado de Sonora.

Y a partir de ese momento la señora viajaría todos los días en el mismo vagón, más o menos a la misma hora, para encontrarse por casualidad (o destino) conmigo y le escribiera algo sólo con ver su mancha de mole. Entonces ya no sería yo quien buscara un lector cualquiera, aunque fuera ella. Sería ella quien me pediría historias de su pasado o de su futuro, y yo tendría un verdadero motivo para escribir.

Pero esto no pasará o aún no pasa. Y aquí sigo, un alguien que quiere escribir cualquier cosa, sin gran afán, sin saber una sola regla sobre "el correcto arte de escribir". Escribo algo.

¡Cómo quisiera que alguien me leyera! Aunque fuera la mujer que viaja a mi izquierda y supiera lo que escribí de ella y ver su reacción. Porque si no, para qué es que se escribe. 

¡Qué más da! Ya estoy seguro de lo que pasará...

-Disculpe, señora...