LODO
Después de aquél sueño en el que me veía navegando en el espacio, me desperté y me apresuré para salir al trabajo no sin antes ver que el calendario marcaba 25 de noviembre del 2492 y de hacerme saber mi cumpleaños número 40. Tomé el nanobús que me deja en Zaragoza y de ahí comencé mi viaje en subterráneo hasta la estación "Observatorio" donde salen los trenes directos a Japón. Tengo suerte de entrar a las 9 de la mañana, así que sin prisa abordé el tren y como siempre, en menos de treinta minutos, ya había cruzado todo el pacífico.
Llegué a la empresa "Green Grass" por ahí de las 8:40, creo yo que a buen tiempo, sin embargo al verme, mi jefe se enfadó (como de costumbre).
Deberás ir a dejar estos paquetes y regresar antes del medio día- dijo el patrón. Revisé la lista:
- 5 cajas a Kamchatka.
- 8 cajas a El Cairo. (ahí recibirás el encargo para Creta)
- Pasar a Creta
- 10 cajas a Milán
- 40 a Ginébra
- 5 a Zúrich
- Ir a Lisboa y revisar si la sucursal tiene mercancía todavía.
- 15 cajas a Madrid
- Solicitar un envío de genéricos en Paris en "Green Grass Generics" para Oslo.
Nota: "TODO ANTES DEL MEDIO DÍA, PÉREZ"
Ya entendí, antes del medio día. Ya no estoy para esos viajes a esas velocidades, y menos en el transporte público que poco hace por el bienestar del cliente al someterlo a supersónicas velocidades, cada día mi cuerpo termina con una sensación de estar siendo aplastado cada dos segundos por el aire, en fin creo que la paga lo vale, si no, no seguiría viviendo en la Ciudad de México. Algunos conocidos me preguntan que porqué no me voy a Japón, así me ahorraría lo del viaje por el océano, pero siempre me quedo callado, resulta ser que ahí nací y no por nada llevo uno de los más respetados nombres locales: Juan Pérez Colote. Debo reconocer que antes de los sistemas supersónicos de transporte mundial, Juan era un nombre corriente, pero desde que habitan asiáticos en América y americanos en Asia y asiáticos en Oceanía y europeos en... en fin, todo mundo en todos lados con una gran facilidad, ser un Juan Pérez Colote y ser mexicano de nacimiento, es toda una fortuna ya que ahora puedes ver "Juanes" Kepler, "Juanes" Grant, "Juanes" Yin-Hu-Lo y de todos los apellidos de todos los países escritos en los libros de geografía. Pero esto no es relevante.
Recuerdo que ese día caminé directo a la estación de tren local y abordé el primero a Kamchatka, así comencé a hacer mi recorrido por todo el continente con la firme intensión de completar mi lista. Estando en Paris, justo antes de abordar el expresso a Oslo nos avisaron por el sonido local que el viaje sería un poco lento ya que había una tormenta en la provincia sueca de Halland (Yo siempre he pensado que esa es la ruta menos óptima para viajar a Oslo) y que tardaría ni más ni menos que 45 minutos el viaje. Revisé el reloj y vi que eran las 11 a.m. así que no me preocupé por el viaje y decidí tomarlo, además un viaje un poco lento me relajaría y podría ver los paisajes que a duras penas se ven en otras rutas.
Estando en la frontera, subieron al tren los agentes de seguridad internacional, yo saqué de la cartera mi PIDH (Holograma de Identificación Personal). El agente se me acercó y tomó mi identificación, la reviso con todo el protocólo necesario y extranecesario pero justo cuando estaba a punto de regresarmela el tren se estremeció violentamente haciendo que los agentes que estaban parados en el pasillo del vagón salieran disparados a gran velocidad por las ventanas del vagón. Todos los pasajeros permanecimos en nuestros asientos, sujetos por los cinturones hidráulicos, mi identificación se fue con el agente, las señoras empezaron a gritar desesperadas mientras el tren giraba violentamente hacia todos lados (al menos eso me parecía) hasta que por fin se descarriló y se oyó el choque del tren con el suelo. La luz del vagón se apagó y solo se veía a través de las ventanas del mismo, yo logré librarme del cinturón y salí por una ventana, completamente mareado y desconcertado, pero bien.
Afuera todo era blanco de nieve y a menos de diez metros de mí, el tren completamente descarrilado con todos sus pasajeros saliendo bajo una tormenta que paraba era en lo unico que podia pensar.
Todos nos agrupamos y la gente con conocimientos en medicina atendió a los que presentaban torceduras u otro tipo de lesiones leves, todos menos el maquinista y los agentes de seguridad.
A falte de gente de rescate, organicé un grupo de búsqueda de 30 personas, 10 para revisar los alrededores al oeste, 10 al este y mi grupo de 10 para revisar la cabina. Una vez preparados, nos separamos en grupos de acuerdo a lo planeado y con mi grupo avencé hasta la cabina, donde pudimos observar un tremendo espacio de tierra húmeda que había cubierto la vía por donde debía pasar el tren y que se extendía por un kilómetro y medio, es decir, que en ese espacio no había vía para el tren. Notamos que la cabina del maquinista estaba hundiéndose en el lodo y el hombre estaba atrapado en el lodo.
Al vernos, grito -¡Aquí estoy, mi pierna esta atorada con algo y no puedo salir!- Corrimos hasta él e hicimos una especie de cadena humana, estando yo hasta el frente. Me acercaba lo más que podía pero no alcanzaba al hombre que se hundía con celeridad; entonces pedí que me sujetaran de las piernas y me coloqué "pechotierra" para tratar de alcanzarlo, y lo logré justo cuando solo se podía ver su mano sobre el lodo. Pero en ese instánte, al tratar el hombre de tomar mi mano, se hundió más y mi mano estaba debajo del lodo, entonces grite que jalaran más fuerte, pero algo que no era la mano del que sujetaba me impedía salir. Los hombres atrás de mí jalaban con fuerza mientras mi brazo se cubría por completo.
De pronto mi cabeza estaba debajo del lodo y ya no sentía que alguien tomara mis pies. Y todo parecía el fin.
De un modo inexplicable desperté en una cama comodísima, en un cuarto gigante; a mi derecha el maquinista dormía placidamente, y a mi izquierda, a lo lejos podía ver la cabina.
-¡Al fin despiertas!- dijo una voz. -No te preocupes, todo estará bien
-¿Quién habla? ¿cómo te llamas?- pregunté.
-Mi nombre es imposible de pronunciar, pero puedes llamarme Lustukruv
-¡Ah! ¿Y qué hago aquí?
-Eres el elegido para transportar el conocimiento de la salvación del universo
-¿Qué dices? ¿Se va a acabar el mundo? ¿de dónde eres?
-Soy de una lejana galaxia, la penúltima existente con un planeta con vida, una de las pocas que ofreció resistencia al Imperio
-¿Un extraterrestre? ¿Imperio? ¿Cuál imperio? ¿Cuál conocimiento de cual salvación? ¡Yo solo soy un vendedor de pasto instantáneo!
-Desde hace tiempo hemos estado buscando un planeta con vida, uno en donde podamos mudarnos para crear una fortificación invisible que nos permita seguir viviendo al rededor del Imperio que está a punto de dominar el universo, con la única intensión de que haya alguien que sea un vehículo para nosotros y que tenga el conocimiento del mismo para lograr con la tecnología de nuestro planeta crear el arma capaz de eliminar a "Groz".
-¡Ah, mira!
-Nosotros te daremos ese conocimiento para que abras el portal que nos permita llegar hasta tu planeta.
-¿Portal? Pero... ¿qué paso antes de que llegara aquí?
-Eso que ustedes llaman lodo, para nosotros es la materia perfecta para lograr hacer contacto con el vehículo
-Me llamo ¿Juan, eh? ¡no, "vehículo"! Y quiero regresar a mi mundo, tengo que hacer la última entrega del día.
-No, desde este momento estarás bajo nuestra observación y te prepararás para entrar al sistema de inyección.
-Oye, pero ¿por que yo?
-Has sido un buen hombre, por tu trabajo conociste todas las naciones de tu planeta y lograste apreciar lo bueno del mismo, eres respetable y respetado en tu país y darías la vida por el lugar donde vives ya que no tienes a un similar humano a quien amar.
Todo esto me pareció ser completamente extraño, como un sueño, como la vida después de la muerte, ya que solo había ido a trabajar un día común y corriente y me había caído en el lodo.
Continuará...
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