"Juramento" suena de fondo, cuando está a punto de terminar, presiono el botón, comienza de nuevo y reintento entender a mi modo, pues no hay letra alguna, los contrastes del ritmo, la melodía y los relevos entre la guitarra y el tres.
El anfitrión recibe a todos los invitados desde la gran puerta principal. Todos toman lugar en el patio donde han de batirse los mejores acordes y las elaboradas escalas de ambos, los más dignos según la dama, acreedores a la oportunidad de conquistarla. Los que esperan con las ansias hasta el cuello, siguiendo las reglas del ritmo, se acompañan con un bajeo constante, casi imperceptible, parece monótono; pero se encuentra indeciso: no sabe si seguirse con el tres o la guitarra, que ya han tomado lugar entre la multitud que no sabe a quién apoyar. Las miradas de ambos contendientes se cruzan intercambiando unas cuantas palabras, tres agudo, guitarra en medio, bajeo en lo suyo, una pausa y caminan en circulo cual vaqueros del salvaje oeste a punto de desenfundar.
De pronto aparece una suave percusión, que al igual que un señor borracho en una fiesta donde se siente el importante, toma la palabra para intentar poner orden, se hace un silencio que rápidamente termina con el murmurar de la gente y la llegada de la mujer que es recibida con tensos aplausos. La percusión vuelve a intentar regresar el orden pero esto alebresta más el ambiente y después de un breve viento mudo, regresa la discusión.
Aquél ebrio decide tirar la civilidad y la cordura por la borda, ahora se vuelve réferi. Y así como así comienza el tan ansiado encuentro de verdad. Primero se lanza la guitarra que inicia bailando con pulcra cadencia: "un, do, tre, un, do, tre"; sus tonos se disfrazan de opacas ondas, de esas que se pierden pronto en el viento, porque van dirigidas directo al corazón de aquella mujer que ya empieza a mostrar sus piernas tambaleantes por los nervios que ha sentido al recibir la varonil mirada y escuchar notas de la guitarra. El tres sospecha que haya un lazo oculto previamente establecido entre ambos y sin preguntar al referí, que termina cediendo ante su acción, se entromete en el combate: sus tonos agudos, llenos de vida, con un poco de cinismo ante la vida y de altísimo alcance, regresan el vibrar y la alegría a la multitud y a la mujer que deja de temblar; su boca, que hace un instante era encanto y dulzura, ahora es alegría y pasión. Las pequeñas claves que se encontraban en el la esquina más escondida entre la multitud se arman de valor e intentan detener tremendo zafarrancho, pero es inevitable, nada pueden hacer para detenerles. Ambos elevan el volumen, comienzan los ánimos a subir de temperatura, el réferi sale golpeado, ambos lanzan sus mejores tonos y maniobras; el tres sigue contrastando para hacerse notar, la guitarra no pierde la dirección de los envíos, la mujer, cansada de tener que soportar tal enfrentamiento se levanta y da la espalda al público, que sorprendido por dicho desplante, deja de gritar. Lo mismo hacen los combatientes que a sabiendas de su espectáculo bajan la guardia y comienzan a ofrecer con vano esfuerzo las disculpas más avergonzadas y cuanto poseen a la dama que aún sigue confundida.
Ella pide: Si ambos dijeran en una oración un juramento solemne, digno de un caballero, entonces el encuentro terminará dejando a todos satisfechos. Ambos quedan prácticamente en silencio y después de haberse batido con toda su furia ahora se piden consejo sobre qué decir. Finalmente entendieron por completo la situación y ambos decidieron lanzar el juramento. Así entendí todo, tan alegre y emotiva melodía resulto ser un palpitar y un esbozo, un bosquejo para el tan ansiado juramento que pedía la dama. Y esto fue lo que juraron y lo que decidió aquella mujer, pero... momentito, ya regreso... tengo una llamada.
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