Llegó mi madre con un texto en mano, que leí y ahora comparto:
El
clis de sol
Manuel González Magón, Costa Rica 1866-1936
¿1896?
No es cuento, es una historia que sale de mi pluma como ha ido brotando
de los labios de ñor Cornelio Cacheda, que es un buen amigo de tantos
como tengo por esos campos de Dios. Me la refirió hará cinco
meses, y tanto me sorprendió la maravilla el no comunicarla para
que los sabios y los observadores estudien el caso con el detenimiento que
se merece.
Podría tal vez entrar en un análisis serio del asunto, pero
me reservo para cuando haya oído las opiniones de mis lectores. Va,
pues, monda y lironda, la consabida maravilla.
Nor Cornelio vino a verme y trajo consigo un par de niñas de dos
años y medio de edad, como nacidas de una sola "camada"
como él dice, llamadas María de los Dolores y María
del Pilar, ambas rubias como una espiga, blancas y rosadas como durazno
maduro y lindas como si fueran "imágenes", según
la expresión de ñor Cornelio. Contrastaban la belleza infantil
de las gemelas con la sincera incorrección de los rasgos fisionómicos
de ñor Cornelio, feo si los hay, moreno subido y tosco hasta lo sucio
de las uñas y lo rajado de los talones. Naturalmente se me ocurrió
en el acto preguntarle por el progenitor feliz de aquel par de boquirrubias.
El viejo se chilló de orgullo, retorció la jetaza de pejibaye
rayado, se limpió las babas con el revés de la peluda mano
y contestó:
-¡Pos yo soy el tata, más que sea feo el decilo! No se parecen
a yo, pero es que la mama no es tan pior, y pal gran poder de mi Dios no
hay nada imposible.
-Pero dígame, ñor Cornelio, ¿su mujer es rubia, o alguno
de los abuelos era así como las chiquitas?
-No, señor; en toda la familia no ha habido ninguno gato ni canelo;
todos hemos sido acholaos.
-Y entonces, ¿cómo se explica usted que las niñas hayan
nacido con ese pelo y esos colores?
El viejo soltó una estrepitosa carcajada, se enjarró y me
lanzó una mirada de soberano desdén.
-¿De qué se ríe, ñor Cornelio?
-¿Pos no había de rirme, don Magón, cuando veo que
un probe inorante como yo, un campiruso pion, sabe más que un hombre
como usté que todos dicen qu'es tan sabido, tan leído y que
hasta hace leyes onde el Presidente con los menistros?
-A ver, explíqueme eso.
-Hora verá lo que jue.
Nor Cornelio sacó de las alforjas un buen pedazo de sobado, dio un
trozo a cada chiquilla, arrimó un taburete, en el que se dejó
caer satisfecho de su próximo triunfo, se sonó estrepitosamente
las narices, tapando cada una de las ventanas con el índice respectivo,
restregó con la planta de la pataza derecha limpiando el piso, se
enjugó con el revés de la chaqueta y principió su explicación
en estos términos:
-Usté sabe que hora en marzo hizo tres años que hubo un clis
de sol en que se oscureció el sol en todo el medio; bueno, pues,
como unos veinte días antes Lina, mi mujer, salió habelitada
de esas chiquillas. Dende ese entonces le cogió un desasosiego tan
grande que aquello era cajeta: no había cómo atajala, se salía
de la casa de día y de noche, siempre ispiando pal cielo; se iba
al solar, a la quebrada, al charralillo del cerco, y siempre con aquel capricho
y aquel mal que no había descanso ni más remedio que dejala
a gusto. Ella había sido siempre muy antojada en todos los partos.
Vea, cuando nació el mayor jue lo mesmo; con que una noche me dispertó
tarde de la noche y m'hizo ir a buscarle cojoyos de cirgüelo macho.
Pior era que juera a nacer la criatura con la boca abierta. Le truje los
cojoyos; endespués otros antojos, pero nunca la llegué a ver
tan desasosegada como con estas chiquitas. Pos hora verá, como l'iba
diciendo, le cogió por ver pal cielo día y noche, y el día
del clis de sol, qu'estaba yo en la montaña apiando un palo pa un
eleje, es qu'estuvo ispiando el sol en el breñalillo del cerco dende
buena mañana.
Pa no cansalo con el cuento, así siguió hasta que nacieron
las muchachitas estas. No le niego que a yo se m'hizo cuesta arriba el velas
tan canelas y tan gatas, pero dende entonces parece que hubieran traído
la bendición de Dios. La mestra me las quiere y les cuece la ropa,
el Político les da sus cincos, el Cura me las pide pa paralas con
naguas de puros linoses y antejuelas en el altar pal Corpus y, pa los días
de la Semana Santa, las sacan en la procesión arrimadas al Nazareno
y al Santo Sepulcro; pa la Nochebuena las mudan con muy bonitos vestidos
y las ponen en el portal junto a las Tres Divinas. Y todos los costos son
de bolsa de los mantenedores, y siempre les dan su medio escudo, gu bien
su papel de a peso gu otra buena regalía. ¡Bendito sea mi Dios
que las jue a sacar pa su servicio de un tata tan feo como yo...! Lina hasta
que está culeca con sus chiquillas, y dionde que aguanta que no se
las alabancén. Ya ha tenido sus buenos pleitos con curtidas del vecindario
por las malvadas gatas.
Interrumpí a ñor Cornelio temeroso de que el panegírico
no tuviera fin, y lo hice volver al carril abandonado.
-Bien, ¿pero idiái?
-¿Idiái qué? ¿Pos no ve que jue por haber ispiao
la mama el clis de sol por lo que son canelas? ¿Usté no sabía
eso?
-No lo sabía, y me sorprende que usted lo hubiera adivinado sin tener
ninguna instrucción.
-Pa qué engañalo, don Magón. Yo no juí el que
adevinó el busiles. ¿Usté conoce a un mestro italiano
que hizo la torre de la iglesia de la villa: un hombre gato, pelo colorao,
muy blanco y muy macizo que come en casa dende hace cuatro años?
-No, ñor Cornelio.
-Pos él jue el que m'explicó la cosa del clis de sol.