Sentado en su trono dorado, Odín contemplaba con firmeza el mundo desde las alturas. Luego de unos instantes, llamó a sus dos cuervos, Hugin y Munin, con un leve silbido y les encomendó una misión. Hugin, entonces, voló desde los dominios de su amo hacia oriente y cruzó los aires hasta el monte Olimpo, mientras Thor retumbaba en los cielos con gran clamor. Munin, por su parte, cruzó raudo el mar hacia occidente. En el trono que le usurpara a su padre Cronos, Zeus recibió al primer cuervo, escuchó la misiva y mandó llamar a Iris, la mensajera de los dioses. Ésta voló deslizándose por el arco de colores y llegó ante el soberano Amón, el cual estuvo de acuerdo y mandó enseguida a Horus más al sur, hasta donde Mulukú, quien también atendió al llamado. Después envió a Osiris más al oriente hasta el territorio de Ahura y Mitra, quienes asintieron y enviaron a su vez mensajeros hasta el trono de Baal y Maloc, terminando la travesía ante la presencia de Marduk.
Munin, el otro cuervo, llegó y se posó en la mano de Huitzilopochtli, ante la mirada firme de Quetzalcoalt. Los dos dioses escucharon al mensajero y estuvieron de acuerdo. Inmediatamente mandaron al águila hacia el norte y al Quetzal hacia el sur. Aquélla cruzó desiertos y nevados, y llegó ante al presencia de Siñ, luego ante Gluskap y Malsum, después atravesó los aires hasta los dominios de Hi’nun, Ictinike y Atius Tiráwa. Finalmente, agotada, se posó en los hombros de la diosa Sedna, quien también atendió con reverencia. El Quetzal, por su parte, llegó y se posó sobre el hombro de Bochica, y luego se encaminó ante Uira Cocha, Manco Capac y Pachacamac, quienes de inmediato asintieron. Todos los dioses atendieron al mensaje de Odín y en el día señalado emprendieron camino, unos sobrevolando el mar, y otros sobre desiertos y selvas, con todo su séquito y ejército de divinidades y héroes. Y pusieron sitio al lugar en donde Dios y Satanás, aliados por las circunstancias, junto con sus ángeles y demonios, se encontraron rodeados.
Guillermo Ríos Bonilla