14 diciembre 2009

Lo normal

Despiertas. Día de trabajo. Miras el reloj despertador con cierto odio. Te pones de pie y vas al baño: la descarga obligada. Preparas todo para el baño. Te bañas. Sales de la regadera con mejor rostro. Te vistes, etcétera. A esta hora tu hijo debe estar listo para partir contigo rumbo a la escuela. Hoy no es la excepción. Pero hoy, al igual que hace unos años, no sientes la alegría de esa primera vez que le llevaste al colegio. Vamos, dices, y tu hijo te toma la mano. Salen de casa. Nos vemos al rato, gritas desde la puerta, a tu pareja que aún está durmiendo. Sales de casa. Subes al auto y lo enciendes. Tu hijo sube después ya que se le ha resbalado un poco la mochila del hombro. Apúrate que se hace tarde, imperas. Ya voy, ya voy, responde tu hijo. Una vez dentro, comienza la marcha. Un poco de tráfico, lo normal. Ningún lugar para estacionarse, lo normal. Ahí en segunda fila, además es rápido, no me tardo nada, piensas. Apagas el motor. Ya bájate, no se te olvide salir rápido a la hora de salida porque no estoy como para esperarte todo el tiempo, recuerda que tengo trabajo que hacer y pasaré rápido por ti; anda, vamos. Guías a tu hijo, pues siempre camina detrás de ti, a través de la acera, y en la puerta te detienes. Apúrate niño, rápido que se me hace tarde y dejé el auto en doble fila. Si, ya voy… te quiero, dice tu hijo y se despide dándote un beso en la mejilla. Sí, sí, respondes. Y se va. Espero no llegar tarde al trabajo, llevas eso en mente de camino al auto. Después de un viaje de treinta minutos y cinco perdidos, llegas tarde. Piensas en que por llevar a tu hijo temprano y por sus retrasos has llegado tarde de nuevo. Así, comienza tu día: revisas pendientes, ordenas a tu secretaria un café. Reunión con tu superior en cinco minutos. Su café… Sí, sí, ahí déjalo, tengo una reunión, ahorita regreso. Lo mismo de siempre durante la reunión. Regresas a la oficina una hora después. Oye, me preparas otro café, pides a la secretaría. Después de un rato, el café en tu escritorio: se pasó de azúcar, piensas, y lo haces a un lado (dejarás la taza con el café servido olvidada durante toda la jornada). Teclear hasta las dos de la tarde en el ordenador. Tu hijo sale a las tres del colegio. Tiempo de partir rumbo a la escuela. Una revisión de último momento que te demora quince minutos. Ya vas con retraso y a estas horas rumbo al colegio el tráfico es pesado. Al fin llegas. Buenas tardes señor, te dicen en la entrada del colegio. Buenas tardes, disculpe la tardanza, pero es que ya sabe: el trabajo, el tráfico… dices para excusarte. Aquí está, su hijo con todas sus cosas. Bien, gracias, hasta luego, y caminas, como es tu costumbre, delante de él, que intenta decirte que le han llamado la atención hoy por haberse envuelto en una pelea. Solo escuchas “pelea” de entre todo lo que comenta tu hijo. Cómo que pelea, con quién, que pasó, le preguntas a tu hijo levantando el volumen de tu voz. Lo que pasa es que… Interrumpes: Sabes qué, no quiero saber nada, tengo mucho trabajo, te voy a pasar a dejar y regreso al trabajo, vámonos. Conduces con más velocidad rumbo a tu casa. Qué no piensas en las consecuencias, por qué no puedes actuar normalmente, a qué te mando a la escuela, qué no ves el esfuerzo que hacemos para pagarte un buen colegio, y tú, sales con estas cosas, de verdad que abusas, regañas a tu hijo. Pero es que… intenta defenderse pero vuelves a interrumpirle: Pero es que nada, te callas. Y te pones a pensar si merece un castigo físico o si merece suspendérsele un privilegio por un mes, dos, o quizá tres… Llegas a casa y dejas a tu hijo, que entra con rostro preocupado; aún así te dice: Adiós, nos vemos al rato. No me hables ahorita que estoy muy enojado contigo, respondes. Conduces de nuevo, dirección: la oficina. Así, termina la jornada y sales sin despedirte de nadie. Llegas a casa, tu hijo ya duerme, tu pareja también, ya no recuerdas lo de la pelea, ni quieres recordarlo. Solo quieres ver televisión hasta que el cansancio te obligue a dormir. Vas a dormir. Lo normal.

Despiertas. Día de trabajo. Miras el reloj…