Igualito al gorrión herido que encontré una vez en el zanjón, estaba el hombre accidentado sobre la calle. Una señora de las que allí se habían juntado me agarró de un brazo y no me dejó acercarme. Eso no era para los niños, decía. Y yo -¿es que hay algo para los niños en este barrio?-, yo quería acercarme y decirle al caballero herido que iría a llamar una ambulancia.
¡Parece que nadie me creyó!
El pajarito podía no creerme, porque ya estaba muerto cuando fui a socorrerlo. Distinto fue con el perro Washington; le curamos la patita rota inmediatamente después de que lo atropelló el auto. Toda la gente que se juntó a darle ánimo al caballero accidentado sabe que en el barrio no hay teléfono, porque allí vivimos nosotros, y todos sabían también que ninguna ambulancia vendría…
Antes de llamarla, hay que pensarlo dos veces.
"¡M'jita!", decía la señora que se encontraba más cerca del accidentado, limitándose sól a mirarlo, sin hacer nada por él…
Sí, primero hay que tener la plata y después se puede llamar una ambulancia. Entonces le dije que buscaran en los bolsillos del caballero. ¡Él tenía que tener para su propia ambulancia!
Todos se quedaron callados.
Carvajal, Víctor (1985)
Ediciones SM