La boca, los labios
juntos, se vuelven símbolo del infinito.
Así los rizos pueden
parecerlo, pero no lo son, comienzan y finalizan a pesar de tantas vueltas.
Quizá de ahí que las
palabras puedan trascender eternamente.
No los ojos, o los
oídos, no hay más en su rostro que provoque tal sensación de nunca acabar.
Quizá de ahí que
deseemos que los besos nunca acaben
Que nos sostengan
aunque sea con los dientes, gritando en silencio ¡no me dejes! ¡no me sueltes!
¡no te vayas de mi!
Pero a pesar de
éstas formas, de que un segundo pueda alargarse, comienza el fin de los
tiempos, sucumbimos ante la fosa mortal, solo una palabra vive, ella se queda ¿o se va también?
El arte se
multiplica, toma formas. A veces me visita, le veo en una esquina del techo y
la dejo caer libremente; el televisor hace mutis, ningún ruido me perturba,
quien corre se vuelve lento, salta y flota en el aire y ella cae despacio, muy
lento, va buscando el suelo, apenas llega y se va irguiendo sobre sí, no existe
un color, son todos, la luz llega, le atraviesa, le distorsiona el deforme
rostro a media altura, ya no hay lentitud, todo inmóvil, y las extremidades van
tomando forma, su forma de curvas, de curvas perfectas, vientre aplanado, senos
redondos, casi perfectos, los brazos se extienden y regresan, los dedos tocan
los muslos, el cuello vertical, casi, y sobre éste su rostro.
La boca, los labios
juntos, se vuelven símbolo del infinito…