Mirarle el trasero mientras pasa por debajo de mi ventana; ¡vaya sensación! Vuelve una y otra vez, va y viene, siempre temprano; nueve de la mañana va de salida, nueve de la noche regresa puntual y cuando pasa me asomo para mirarle; su mirada se pone en mis ojos y dura menos de un segundo en fijación y cuando ha pasado, asienta el paso, firme y más duro el taconeo; izquierda, derecha, allá va, la otra le alcanza y su cabello también se tambalea mientras que yo intento contener la adrenalina que baja vibrante y destellante; me eriza los vellos de los brazos y me sale un sudor frío que me dura toda la jornada, hasta el anochecer, cuando vuelve de la mano de otro hombre y salgo para enfrentarle con la mirada, ¿quién ganará esta noche? ¿quién le tirará la mirada? quien contenga más la respiración en el cruce; siempre y cuando no resuene sus zapatos y yo no fije la mirada en lo que se llega a marcar entre sus piernas; ¡qué descaro y qué patán! ¡pero, qué mujer! Y se aproxima poniendo de mi lado a ese tipo que se lanza con su pobre ataque de novato y desprestigiado paladín contra mí, que esta vez he decidido no retroceder en el último momento, pero no contaba con su malvado plan, artimaña femenina para quebrarme la visión; tiró la moneda simulando un accidente y aquél con su último aliento de pobre caballero intentó levantarla, cosa que ella no consintió y se agachó por ella sin doblar las rodillas, dejando ver lo poco que guarda bajo el sostén; ¡Pelea sucia! Una vez más he perdido, mañana será otro día, tal vez mañana haya un espacio para tomar aire de nuevo, repensar la estrategia y retomar la espada, solo hay un detalle que no me deja en paz:
Mirarle el trasero mientras pasa por debajo de mi ventana…