Reconozco que era ya tarde y no debía andar por aquellas calles oscuras y tan llenas de charcos con lodo, pero era el camino de regreso a casa.
Faltaban un par de cuadras para poder reconocerme por los lugares mas conocidos, cuando a la distancia pude observar a un par de hombres de mala facha, uno guardaba ambas manos en las bolsas de su chamarra, el otro guardaba una mano en la bolsa del pantalón y la otra la mantenía fuera, pegada al cuerpo, hacia abajo, como sujetando algo; al verme, ambos caminaron de frente a mí, y entonces observé que el sujeto sostenía una navaja en su mano derecha, yo pensé lo peor.
Caminé de frente, aún no sé por que me atreví a realizar tal acción, faltaban escasos cinco metros para estar ojo con ojo con alguno de ellos cuando me detuve y miré la figura de San Judas en un pequeño altar a mi derecha, me puse de rodillas frente al ídolo y comencé a fingir angustia y pena.
-¡Por favor, ayúdame, dame el valor para salir de esto! Comencé a pedir y a rezarle a la figura. Los hombres quedaron de pie junto a mi observando mis suplicas, viendo mi dolor y mi pena.
El hombre de la navaja se arrodilló junto a mí a la vez que le pedía a su compañero alejarse un par de metros.
-¡San Judas, dame la fuerza!- decía el hombre- ¡Dame la voluntad, pero sobre todo la fuerza para evitar robar y matar al cabrón que tengo a mi derecha!
Me quedé en silencio y viendo al santo, sudando frío, después me puse de pie, el hombre hizo lo mismo y ambos quedamos de frente.
-Dice San Juditas que te puedes ir en paz, pero que si volteas tu mirada hacia nosotros, él no responderá por mis acciones.- Me dijo el hombre extraño y decidí seguir caminando sin parar, directo a casa.
A la fecha sigo preguntándome a quien de los dos escuchó el famoso San Judas.